Efecto dominó

 

Marciana sostenía sus carnes embutiéndolas en fajas y enaguas para jugar al dominó con Celsa y Quiteria. Todavía recordaba aquella partida en la que tuvieron que recoger los intestinos de Celsa, que se habían desparramado sobre el plato de galletas maría; los encajaron en la cavidad abdominal con cucharillas y mantequilla. Celsa era más precavida con la sujeción de sus dientes, ya que apenas le quedaban media docena, y casi siempre mantenía la boca cerrada. La última vez que gritó que le había tocado el seis doble, un premolar salió disparado y aterrizó en el café de Quiteria; flotó en la espuma durante cuatro segundos, después se hundió y se desintegró en el interior de la taza. Quiteria no le prestaba demasiada atención a la flojedad de sus piernas, pero nunca olvidaba el bastón. Tampoco le importaba tener mala suerte en el reparto de fichas; si daba un bastonazo en el suelo al inicio de cada partida era por llamar la atención de su difunto marido, que siempre andaba husmeando en las faldas de Celsa. A pesar de todo, la misma Quiteria, con sus tembleques y un gran desamor, fue el primer eslabón de aquella cadena de sismos. Su tembladera se extendió por la mesa y, más adelante, se apoderó del salón. Decía Marciana que hasta el mar que corría por debajo de la moqueta del Hogar del Jubilado se había vuelto más bravo y las salpicaduras de ola en los pies le producían catarro.

 

* Accésit en el IV Concurso de Microrrelatos «Homenaje a Gabriel García Márquez» de Ojos Verdes Ediciones

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