1 de noviembre de 2016 Estimada Amanda: La tormenta de ayer ha dejado en un estado lamentable mi carta de la semana pasada; estaba en el suelo, empapada, y se le habían pegado dos ramitas de crisantemo, una colilla y varios trozos de algún bichito que no he podido identificar. Hace años que te escribo y siempre acaba pasando lo mismo, asumo la caducidad de mis cartas, aunque me siguen produciendo nostalgia las huellas de zapato sobre la tinta corrida. De niño tenía curiosidad por saber...
Marciana sostenía sus carnes embutiéndolas en fajas y enaguas para jugar al dominó con Celsa y Quiteria. Todavía recordaba aquella partida en la que tuvieron que recoger los intestinos de Celsa, que se habían desparramado sobre el plato de galletas maría; los encajaron en la cavidad abdominal con cucharillas y mantequilla. Celsa era más precavida con la sujeción de sus dientes, ya que apenas le quedaban media docena, y casi siempre mantenía la boca cerrada. La última vez que gritó...

Si es que ya te lo había dicho, no puedes esperar que el paso del tiempo ponga todo en su sitio. Algunas dolencias necesitan de cuidados y curas, no basta con creer en su sanación espontánea. La cronicidad de otras tantas requiere un esfuerzo de adaptación que no concibe armisticios. Te convenciste a ti misma de que en la espera hacías honores a tu esperanza y tu entrega, pero solo te has convertido en la esclava de tu inseguridad y tus miedos. La inmovilidad adquirida es la clara...
Hubo un tiempo en el que no podía hacer nada sin la autorización de mi marido, ni siquiera trabajar. Por aquellos entonces, en los que nadie hubiera permitido que una mujer cuestionara las leyes, no me pareció injusto que Salvador me exigiera quedarme en casa. Desde los ocho años había estado trabajando en el campo con mi familia y apenas nos daba para comer a diario. Me sentí aliviada cuando él me dijo que siendo su esposa no pasaría penurias. No por eso iba a librarme de trabajar. Mi...

Dicen que mi marido ya no se acuerda de nada. Pero a veces todavía recuerda mi nombre. Nunca imaginé que echaría tanto de menos la sonoridad de una palabra en su voz. ¿Cuántas veces me habrá nombrado en los últimos años? Ni siquiera sabe en qué tiempo vivimos. Algunas veces, cuando cierro los ojos, solo puedo ver el retrato grisáceo de un pueblo que desapareció entre las ruinas; carcomido por el olvido. Sé cómo acabará esta historia y, aun así, no quisiera volver hacia atrás....
Hacía diez años que no sabía nada de ella, pero reconoció al instante su voz; melodiosa, rasgada y profunda. Casilda le habló como si nunca hubieran perdido el contacto, apenas se entretuvo con formalidades, aunque empezó disculpándose por lo que iba a pedirle. Le explicó el motivo de su llamada, sin demasiados detalles, y le confesó que necesitaba verlo. Elio balbuceó un montón de preguntas, ni siquiera podía creer que lo hubiera llamado, pero Casilda no iba a perder más tiempo...

En la bonita jungla africana, vivía un león de larga melena que sabía jugar a muchísimas cosas. Cuando los rayos de sol iluminaban la hierba, se encontraba con sus amigos y compartían un helado gigante. Al león, la elefanta, el hipopótamo, la jirafa, el camaleón, la cebra y el mono les gustaba mucho el helado, pero lo que más les gustaba era compartirlo. Así podían hablar sobre lo emocionante que era su vida en la jungla. Algunas veces, además de planear aventuras, intentaban...
Alejo vive a este lado de las vías del tren, siguiendo la carretera hacia el mar, y vamos a verlo todas las tardes; cuando salgo a pasear con Balbina. Su casa huele a una mezcla de meado y naranjos, tubos de escape y amapolas suicidas, pero no renegamos de olores que huelen a vivo. Intentamos disfrutar del paisaje. Huertos abandonados y caserones en ruinas que dejaron sus puertas abiertas a un tiempo pasado. Muros repletos de falos; grafitis rosados que ya no hacen sonrojarse a Balbina. El...

Los primeros tramos a su lado siempre resultaban latosos; cada semáforo en rojo dilataba mi anhelo de rozar con las mejillas el calor de su escote. Ella olisqueaba mis ganas sin apartar la mirada del cristal delantero, alargaba su mano y la posaba abierta sobre mi muslo. Los movimientos circulares al tomar las rotondas me sacudían la piel, adivinando un diluvio. Las noches de verano invitaban a subirse en el coche y descubrir carreteras, pero cualquier excusa bastaba para apagar las luces y...
Fueron por ella los llantos cuando grabó en la piel los brazos llenos y el tacto. No volvió a ser dueña de nada; solo labró las haciendas con un esfuerzo impecable. Son por ella los desengaños, las quimeras irrevocables y los sueños cumplidos. Con su vientre de níquel, su corazón de ofrenda, alzó la vida hasta hacerme entender que la fortaleza llevaría su nombre. * Seleccionada en el I Concurso de Microrrelatos sobre la Mujer «Ellas» de Diversidad Literaria

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